For the English version of this blog, please visit The Lost Elysium

martes, 23 de septiembre de 2008

Contabilidad 11

Yo no soy racista, ni nada de eso. Pero los chinos ya no me gustan. Claro, no todos. Depende de ellos. Más que nada son los recién llegaditos los que se portan mal. Y aunque me duela, he de admitir que a veces se parecen al peruano. Inescrupuloso, malcriado, cochino, desordenado. Si los ponemos en una balanza, el chino gana en defectos por unos cuantos gramitos. Y si antes los toleraba más, era porque no convivía con ellos. Ahora la historia es diferente.

No los escupo cuando los veo pasar, o los insulto cuando hacen alguna payasada de aquellas (que no dan risa), pero no puedo evitar sentirme incómoda con ellos al punto de molestarme.

Para bien o para mal, en mis clases la mayoría son chinos inmigrantes 'recién llegaditos'. Y aunque eso lo he arreglado sentándome en otra mesa lejos de ellos (pues entre ellos se ponen a hablar su mandarín que no entiendo mas que el "xie xie", que sé que es gracias), tengo el gran reto de entender lo que habla mi profesor, que también es chino.

Ir a clases de Contabilidad 11 es como hacer un viaje a la China, donde las únicas turistas somos una india y yo. Todos los alumnos susurran entre ellos su idioma, y se dirigen al profesor en inglés.

Personalmente, no me parece dificil la Contabilidad, además porque ya lo he llevado en quinto de secundaria con Wilson Longa [por cierto, ¿qué será de su vida? ¿seguirá piropeando a las alumnas con sus frases hechas de los 60's?]. Sin embargo, aprenderlo en inglés con un chino que no pronuncia perfecto en una escuela de inmigrantes, no me parece adecuado. En las palabras que deben ser: ¡es una vaina entender lo que habla!. Mi compañera Connie, con la que estudio desde abril, me confiesa que ni ella le entiende lo que dice.

Todo esto más mi gran debilidad por quedarme dormida en las clases son metas que día a día tengo que sobrepasar.

¿Qué? ¿A una no le pueden dar ganas de dormir en clase?

martes, 2 de septiembre de 2008

Menos palabras

Estaba yo en mi época de atacar mi timidez, y era hora de hablarle a un metalero. Zayra y yo nos habíamos propuesto conocer chicos (o gente en general) que les guste el metal.

Cada vez que lo veía me convencía más de que sí escuchaba la misma música que yo. Después de todo, no hay muchos chicos con cabello largo por ahí. Él tenía el cabello casi tan largo como el mío (y no tan mal cuidado, lo que me llamó un poco la atención). El dia que decidí hablarle llevaba puesto un polo negro con el estampado de Rata Blanca.

Esté sí es metalero, me dije.

Me levanté de mi pupitre, caminé hacia adelante y me llené de una vergüenza que solo me hizo ir al baño, asolapando mis verdaderas intenciones. Al volver, me senté en mi sitio de nuevo. Como el profesor aún no venía, quise intentarlo de nuevo.

No seas maricona, pensé.

Me levanté de nuevo, caminé hacia él, y me senté en el pupitre que estaba delante de él. Me miró, esperando la pregunta, y esta fue "has escuchado Rata Blanca?". Está bien que llevara el polo, pero al menos debía descartar que se tratara de un posero. Me dijo que sí. Luego, la pregunta clave fue "te gusta el metal?". Con una sonrisa un poco nerviosa me dijo que había escuchado a los antiguos, pero que no era su género favorito. "Yo voy más para el rock", me explicó. Y yo, toda arrochada, le dije "aah, pensé que sí, por el polo que llevas puesto".

Intercambiamos un par de frases más que ahora no recuerdo muy bien, pero una compañera nos interrumpió. Después llegó el profesor, y así empezamos con el "hola" algunos días que siguieron.

A veces pienso que debí quedarme atrapada en mi timidez.

Meses después nos volvimos patas, y un poco después, inseparables.

No hay palabras, desafortunadamente, para explicar todo lo que él significa para mí (y yo para él). Todo lo que siento, todo lo que sueño, todo lo que digo, todo lo que pienso por Javier. Honestamente, nunca he conocido a alguien así. Desde que yo era muy chiquita, he soñado con el clásico 'príncipe azul', inconcientemente. Ese que de la nada te dice "qué bella estas hoy", o el que un día de pronto deja sus cosas de lado y sólo está para ti. No porque sea tu cumpleaños. No porque sea Navidad. Cualquier día es el ideal para ser especial. Soñaba con esa persona que pudiera leer tu silencio, tus gestos, entender que aunque hayas dicho una cosa, significaba otra. Yo pensaba que esa persona no existía. Que eran invensiones de Walt Disney, o los hermanos Grimm, o algún colega más por ahí.

Una mujer sueña con estas cosas, aunque algunas ni siquiera se den cuenta que lo desean. Y luego, al aterrizar, te sientes tan estúpida pues tu mente anda por las nubes, que te ríes de ti misma y la "gran imaginación" que tienes. Sí, sí, toda mujer llega a ese nivel. Al fin y al cabo, sacudes la cabeza y sigues en la realidad.

Seguramente no todos tenemos el mismo 'príncipe azul' en mente, pero el mío había llegado.

Son cojudeces eso de que sientes cuando el amor es verdadero en ti. Pero cojudo serás por estar enamorado. Es algo tan tontamente maravilloso que, ¡carajo!, es cierto.

No quiero excusarme. No estoy en condición de hacerlo. Me equivoqué, sí. Talves manipulé de más lo que sentías por mí. Quise llevar el control de todo, y me quedé casi con nada. Todas las disculpas del universo no bastan, por eso no me molestaré en utilizarlas. No eres perfecto, pero sospecho insistentemente que no te merezco. Esta vez, si nuestro coche sigue andando, no diré más: te mostraré más, te demostraré más.

Contigo conocí el sobrelímite de la existencia humana. Más allá de ti, aunque suene cursi, sólo quedan mediocres.

Haga su cola, por favor...

Si no fuera por Joe, aún estaría ganando entre $108 a $216 al mes. Las demostraciones estaban bien. Me ayudaron en su momento, y agradecí a la señora que me contrató. Pero las necesidades (y/o ambiciones) crecen quiérase o no. En realidad necesitaba trabajar en otra parte, porque esto de trabajar un sábado por ahí, o un domingo por ahí no me llamaba tanto. Sobre todo porque tienes que estar parada 6 horas. En este nuevo empleo tampoco me siento, pero son 5 horas, el ambiente es mejor, el prestigio vale la pena, y la paga también.

Después de los 3 días de capacitación en el culo de Vancouver (nótese que era una hora y media de viaje hasta Richmond), empecé como cajera en el London Drugs de West Broadway. Ahí es donde trabaja Joe, y me ayudó a entrar desde el principio. Es bueno conocer a alguien en un trabajo que es nuevo. Su personalidad tan extrovertida ayuda a que todos tengan algo qué decir. Incluso yo, con mi roche a hablar y que se me salgan mis motes.

Los dos primeros días fueron geniales. Ni me percaté del paso de las horas. Muchos empleados decían que para ser nueva, lo hacía bastante bien. Para el tercer día, ya tenía la caja para mí sola. Solita!

Uno ve a las cajeras de Wong o Metro y dice "ah, qué fácil, pasas el producto por el escáner, y apretas 'Total', y sacas la plata", pero no. Es mucho más que eso. Imagínate que te paguen en dólares americanos. Tienes que pulsar los botones correctos para que te dé buen cambio en moneda canadiense (que aunque parezca lo mismo, no lo es). Luego supongamos que una persona llega con 3, 4, 5 cupones para diferentes productos. Tienes que asegurarte que la fecha del cupón no haya vencido, que el cupón sea hecho en Canadá, y que hayan cogido el producto correcto. Ahora, pongámonos que escaneas tooodos los 40 productos del cliente, y que al final te dice "sabes qué? no quiero tal y cual producto. Sácalo de la cuenta". Qué bonito, no?

Lo que nunca imaginé que sería una odisea era cómo preparar las bolsas. Es una vaina! Es como tener 3 brazos. Abrir una bolsa, y meter los productos es lo más dificil. Son tan escurridizas. Si abres una oreja de la bolsa, la otra se sale; y así... Con la práctica (y un poquito de paciencia) logras dominar el arte de las bolsas de plástico.

Pero a lo que nunca le quitarán el trono del peor fastidio de todos son las quejas de los clientes. Se quejan porque les diste 20 centavos menos, o porque se demoraron en ayudarle a llevar las bolsas a su carro, o porque la cola está inmensa, con 7 u 8 personas, y la tía que está en la caja pagando quiere darte el cambio exacto para los $4.47 que tiene que pagar. A ver, a ver, diez centavos, veinte centavos, cuarenta y cinco centavos, cincuenta centavos, sesenta centavos, un dólar, dos dólares, tres dólares, tres dólares y veinticinco, trés dólares y cincuenta, tres dólares y setenta y cinco, cuatro dólares, cuatro dólares y un centavo, cuatro dólares y dos centavos, cuatro dólares y tres centavos, cuatro dólares y cuatro... ay, perdí la cuenta, espéreme, cuento de nuevo... Diez centavos, veinte centavos...

A pesar de los momentos (y clientes) fastidiosos, hay algunos otros que hace que valga la pena trabajar donde estas.

No me puedo quejar. En verdad me gusta mi trabajo. Aunque sé que Servicio al Cliente no es lo mío, y no moriré haciendo eso, por ahora lo disfruto bastante.

Mi primer sueldo lo gané cantando en un grupo de música criolla. De cantante a vendedora de libros, de eso a azafata, luego a demostradora y ahora a cajera. No está nada mal. He disfrutado todo lo que he hecho. Sé que seguiré juntando historias qué contar.